Cuando los errores terminan en genialidad.



   Uno de los cánones más elevados en la arquitectura universal es buscar la simetría, el equilibrio y la belleza, sin descuidar la funcionalidad. Tenemos grandes obras en el pasado que son prueba fehaciente de cómo el ser humano siempre ha aspirado a imitar la perfección que nos regala la naturaleza.

   Tenía la idea de que solo las personas "locas" se atreven a romper el diseño establecido para llevar a cabo grandes obras. Sin embargo, este viaje ha cambiado un poco mi perspectiva, a veces, seguir las normas (que están ahí por algo) no es malo, y descubrir la belleza en los pequeños detalles puede ser iluminador.

   Después de pasar cuatro días transitando por Roma y despedirme de Luis, Romina y Sebastián, continué mi viaje rumbo a Piombino Marítimo, con la finalidad de tomar un Ferri a Isola d' Elba; mis pies estaban destrozados de tanto caminar por la ciudad de gladiadores y mi cuerpo ya me pedía un descanso. Por no saber cómo funcionaba el sistema de trenes en Italia perdí mi conexión, y entre tanto vagar por la estación abordé el próximo tren, y sin contemplarlo, llegué a Pisa.


   Era pasada la media noche, no tenía reservación y todo parecía confuso (ahora sé que era mi caos interno, reflejándose en el exterior). Pisa me dio miedo en la noche, afuera de la estación había un puñado de hombres indigentes, al parecer procedentes de algún país africano, las calles estaban vacías y según en mi mapa tenía que ir hacía donde ellos estaban, había una patrulla vigilando la estación y eso me dio cierta tranquilidad. En ese instante una señora que esperaba un taxi me oriento a pesar de no entender bien el español, es como si fuera un ángel guardián que salió de la nada solo para auxiliarme. Así que respire profundo y empecé a caminar hacía ellos, me observaban de forma extraña, pero era obvio, era pasada la media noche, era una chica latina, traía mi mochila viajera y creo que sintieron mi desesperación. Siguiendo mi intuición caminé por unas calles y encontré  un lugar cálido donde pasar la noche, gracias a todos los astros! exclamé. Tome una ducha caliente para dormir profundamente, ilusionada por ver la gran torre al día siguiente.


Me encontraba ahí, mirando esa torre de acabados perfectos, resplandeciente y brillante por su mármol blanco, como un guardián protegiendo el lugar y llenándolo de belleza y asombro a pesar de su gran pendiente. Salirse del eje simétrico con una inclinación de 4° y extenderse 3.9 metros sobre la vertical, es algo impensable para la construcción incluso en nuestros días. Actualmente, vemos edificios inclinados como el Capital Gate, en Abu Dhabi con una pendiente de 18°, un logro destacado de la ingeniería moderna. Sin embargo, al remontarnos al año 1173 d.C., cuando comenzó la  construcción de la Torre de Pisa, los arquitectos jamás se imaginaron que esta estructura se convertiría en una de las 7 maravillas del mundo y Patrimonio de la Humanidad. ¿Quién habría imaginado que una estructura estimada en 14500 toneladas permanece inclinada y, al mismo tiempo, erguida de manera tan maravillosa? y además, es considerada una de las joyas más valiosas del arte románico y de la arquitectura.

   Estaba sentada junto a Martín. Él me hacía preguntas sobre arquitectura, mientras yo le explicaba que las fuerzas dinámicas mantenían el perfecto equilibrio para que la torre se mantuviera erguida, ¡física pura!, le exclame. Él me escuchaba con mucha atención mirando la torre con gran asombro igual que yo. A diferencia de aquellos que buscan las típicas fotografías cargando la torre, a él no le apetecía,  parecía un chico sereno y tranquilo, se notaba su ecuanimidad incluso en su forma de caminar. Él me acompañó a conocer uno de los monumentos que siempre había soñado visitar desde que estudiaba arquitectura. ¡Fue hermoso compartir al ápice de Pisa!.

   Después de algunas horas, teníamos mucha hambre así que decidimos comer enfrente de esa vista espectacular: la típica pizza italiana margherita con una limonata, y crostini de salmón, ¡delicioso! (go-dé-re).

   Martín es argentino. Viajaba ligero, sin prisas, ni preocupaciones, eso me agradaba, su energía era tranquila y calmada. Después de terminar de comer, caminamos de regreso al sitio donde nos hospedamos, él me compartió su logística de viaje, me preguntaba de Roma y yo con gusto le compartí mis vivencias, de repente en un abrir y cerrar de ojos, con un gran apretón de manos, nos despedimos cordialmente, tal vez para siempre.

    Pisa fue inolvidable, lugar del gigante blanco. Un sitio donde te das cuenta de que los errores pueden terminar en grandes oportunidades de fortaleza.

    ¿Cuántas veces hemos escuchado que las cosas pasan por algo? Creo que encontré algo de semejanza entre mi vida y la Torre de Pisa, pues mi caminar a veces se ha desviado, pero ese ángulo de error, ha sido el necesario para darme cuenta que a pesar de todo, uno siempre puede encontrar el equilibrio.



Hubo un tiempo en que la Torre de Pisa estuvo cerrada al público, debido a que se pensaba que estaba destinada a derrumbarse, su cimentación en el subsuelo pantanoso, no fue la mejor de las ideas para su construcción, sin embargo, por alguna razón encontró la estabilidad necesaria para mantenerse de pie, como si todas las fuerzas estáticas se equilibraran mágicamente. Es como si una fuerza intangible quisiera comunicarnos qué hay algo más grande y poderoso, donde ni las matemáticas, ni los cálculos exactos, ni el estudio del suelo, ni siquiera los acabados tan perfectos, y los materiales adecuados son garantía de que algo funcione.  Tal vez todos en algún momento nos identificamos con la Torre de Pisa, como si representará las ambiciones construidas sobre falsas premisas, donde nos hace recordar que lo importante son las bases y los cimientos, ya que no se puede hacer buen vino con mala uva, pero si se puede ser una gran vid a pesar de las tempestades. 


Pisa es un gran ejemplo de resiliencia, de encontrar la belleza en medio del error y la imperfección. 

Venimos a ser felices, no perfectos. 


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